5 jul 2009

Contra el fascismo saludable


Contra el Estado terapéutico. Derechos individuales y drogas

Por Tomas Szasz




Extractos del trabajo de Szasz, publicado en "Nueva Sociedad", Nº 102, 1989, ps. 173 a 182.

La sola idea de que el gobierno pudiera otorgar poderes policiales a los médicos para privar a la gente de su libre elección a ingerir ciertas sustancias podría haberle parecido absurda a los padres fundadores de los EE.UU., que redactaron la Declaración de Derechos de 1776. La Constitución norteamericana garantiza explícitamente el derecho a la libertad de religión y de prensa, y puede argumentarse con cierta justificación que también garantiza, implícitamente, el derecho a la autodeterminación sobre lo que pongamos dentro de nuestros cuerpos.

Esta presunción está ampliamente apoyada por una observación casual de Thomas Jefferson, que indica claramente que él veía nuestra libertad de poner en nuestros cuerpos cualquier cosa que queramos, exactamente igual a nuestra libertad de poner en nuestras mentes cualquier cosa que queramos. «Si el gobierno nos prescribiera nuestros medicamentos y nuestra dieta —escribió Jefferson—, nuestros cuerpos estarían en el mismo estado en que ahora están nuestras almas. Así, en Francia, una vez se prohibieron los eméticos como medicamentos y la patata como artículo alimenticio»(1).

Jefferson se burlaba de los franceses por sus precursores esfuerzos en prohibir drogas y dietas.

(1) Jefferson, T.: «Notes on the State of Virginia» (1781) en A. Koch y W. Peden (eds.): The Life and Selected Writings of Thomas Jefferson, Modern Library, Nueva York, 1944, p. 275.





En el pasado hemos sido testigos de guerras santas o religiosas emprendidas contra personas que profesaban la fe errónea; más recientemente, hemos presenciado guerras raciales o eugenésicas contra seres humanos poseedores de componentes genéticos erróneos; ahora estamos ante una guerra médica o terapéutica entablada contra las personas que emplean drogas erróneas.

No debemos olvidar que el Estado moderno es un aparato político que detenta el monopolio en la promoción de guerras: selecciona a sus enemigos, les declara la guerra y se prepara para la contienda. Al decir esto me limito a repetir la ya clásica observación de Randolph Bourne acerca de que «la guerra es la salud del Estado. Pone en movimiento, automáticamente, a través de la sociedad, a aquellas fuerzas que tienden irresistiblemente a la uniformidad, a la apasionada cooperación con el gobierno, para obligar a obedecer a los grupos minoritarios que no comparten la razón de la mayoría»(3).

(3) Bourne, R., THE RADICAL WILL: SELECTED WRITINGS 1911-1918. p360 - Nueva York, EE.UU., Urizen Books. 1977.





Los norteamericanos consideramos la libertad de expresión y la libertad religiosa como derechos fundamentales. Hasta 1914, también teníamos la libertad de elegir nuestra dieta y drogas, como derechos fundamentales. Obviamente, hoy esto ya no es así. ¿Qué hay detrás de esta funesta moral y de la transformación política que ha surgido del rechazo de parte de una abrumadora mayoría de norteamericanos al derecho a autocontrolar sus alimentos y drogas? ¿Cómo pudo haber sucedido esto, tomando en cuenta el paralelismo que existe entre la libertad de cada uno para ponerse cosas en la mente y la restricción por parte del Estado, a través de la censura de prensa, y la libertad de cada uno para introducirse cosas en el cuerpo y las restricciones por parte del Estado, a través del control de drogas?

La respuesta a estas preguntas se encuentra, básicamente, en el hecho de que la nuestra es una sociedad terapéutica, casi en el mismo sentido en que la sociedad medieval española era teocrática. Así como hombres y mujeres viviendo en una sociedad teocrática no creían en la separación entre Iglesia y Estado, sino que, por el contrario, aceptaron fervientemente su unión, del mismo modo, nosotros, viviendo en una sociedad terapéutica, no creemos en la separación entre la medicina y el Estado, sino que aceptamos su unión fervientemente. La censura a las drogas surge de esta última ideología, tan inexorablemente como la censura a los libros surgió de la primera. Esto explica por qué liberales y conservadores —y también la gente en un centro imaginario— están todos a favor del control de las drogas. En efecto, en los EE.UU., personas de todas las ideas políticas y religiosas (salvo los anarquistas) aprueban el control de drogas.

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